Sobre un plato de vidrio, un incienso reposa intranquilo,
Su aroma a café añejo me queda impregnado en la camisa.
A su lado… La elegante y siempre altiva,
La soñadora y estimulante simetría de un cuerpo embotellado, me llama con seducción.
Parpadeante como antenas a los lejos,
Tiritando, como ojitos saltarines sobre pianos y gafas oscuras.
Gente amable sonríe galantemente hacia el reloj,
Las manos sin anillos se sumergen en la cabellera liquida de los vasos,
De las copas, y brindan como dioses por las luces del anochecer.
Fósforos juguetones nos presentan el fuego
Y entre gritos de alegría nadie escucha el silencio, la forastera pausa.
El sitio y las paredes se pueblan de murmullos,
Los blancos y azules manteles, al son de carcajadas,
Comienzan su danza nocturna una vez más.
Sintonizan las rosas de la mesa la estación de jazz
Y se ajustan el cinturón los cubiertos plateados de segunda.
Comienza la marcha siútica de los zapatos negros y brillantes.
Las mujeres son negras ánimas que se mueven como pétalos,
Que desprenden miradas y pechos revoltosos
Ajenos a querer seducir, siempre dispuestos a conquistar.
La balada de sus lenguas es sinestesia pura,
Indulgencia en clímax.
Cruces moribundas arrastran a hombres de madera
Por los contornos del salón.
Llenas de espinas, las margaritas se lamentan junto a la barra.
Llenos de ira los ojos desparraman lágrimas dentro de la botella.
¿Quién necesita argumentos cuando el viento golpea las cabezas?
Lanzando suspiros coquetos, las velas parecen detener el tiempo
Y el suelo parece de espejos somnolientos… Lentos. Reales.
El alboroto parece ser el único canto capaz
De saciar sus pesadas almas.
El escándalo, la única llave que abre los dominios,
De las alcantarillas y los bares de mala muerte.
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