Sin sus latidos esparcidos como años por el suelo
Por las ventanas y los manteles,
La vida cotidiana en este inmueble de arena sería un caos.
Alejado de sus cenicientas vestimentas,
Ardiendo en las esquinas de la mesa
Exclamando por señuelos sexuales,
O por infantiles juegos de los ochentas
La inocencia sería un ritual asqueroso y maloliente.
Monicka es un diván multicolor que entrega descanso al noble viajero,
Reposo, al endeble adicto a sus caprichosas miradas.
Danzando y cantando antiguas melodías matrimoniales,
Monicka olvida que su cuerpo desnudo flota,
Se suspende y se fotografía en cada espacio de la habitación en llamas,
En cada segundo de su reloj detenido.
Sin sus sonrisas lisonjeras o sus lentos parpadeos,
Los cuadros de la sala solo serían aburridas obras de arte párvulo.
Si olvidara sus caricias de anciana enferma,
Mis mejillas solo serían receptores de mezquinos besos de despedida.
Monicka baila al son de horribles pianos y saxofones ya velados y sepultados
En tiempos en que las inyecciones eran pasaportes indispensables,
Para visitar el cielo.
Su pulso es debate indiscutible durante todas las estaciones...
En verano, su corazón no recibe sangre alguna.
Terminado el invierno, Monicka es un débil rayo de sol
Que viste de funeral a las amapolas del Jardín.
En primavera, sus lágrimas son la luz que enciende las calles,
La sombra que oculta a los misteriosos enamorados.
En otoño, sus ropajes ligeros se desvanecen y se arrastran por los aires,
Dejándola desnuda y buscando posiciones por entre las sábanas celestes,
Exigiéndole al Dios, por placer y pecado.
Monicka es un festín de luciérnagas vagabundas,
La algarabía de un millón de mimos sobre las nubes,
El alboroto de un cementerio en pleno desierto.
Monicka es palabra divina.
Y sonrío por eso.
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